El Orgullo Espiritual No Discernido
Publicado: 8 enero, 2015 Archivado en: Reflexiones 2 comentariosLos que tienen más celo en la causa de Dios son los más propensos a ser acusados de estar llenos de orgullo. Cuando cualquier persona parece, en cualquier sentido, ser extraordinariamente distinguido de los demás en su caminar cristiano, las probabilidades son de diez a uno que esto despertará de inmediato los celos de los que están a su alrededor. Sospecharán (tengan buena razón para hacerlo o no) que tal persona está muy orgullosa de su bondad y que piensa que nadie es tan bueno como él—de tal manera que todo lo que dice y hace es observado con este prejuicio. Los fríos y muertos, especialmente los que nunca han experimentado el poder de la piedad en sus corazones, fácilmente considerarán tales pensamientos con respecto a los mejores cristianos. Esto surge de nada menos que una enemistad secreta contra la santidad vital y ferviente. Pero el cristiano con celo debe cuidarse para que esto no resulte ser un lazo para él, y el diablo no se aproveche de ello para cegar sus ojos para que no contemple la verdadera naturaleza de su corazón, pensando que solo porque él es acusado de orgullo equivocadamente con un espíritu malvado, tales acusaciones a veces no son validas. ¡Ay, cuanto orgullo tienen los mejores en sus corazones! Es la peor parte del cuerpo de pecado y muerte; el primer pecado que jamás entro en el universo es el último que es arrancado de la raíz. ¡Es el enemigo más terco de Dios!
El orgullo es mucho más difícil de discernir que cualquier otra corrupción debido a su misma naturaleza; es decir, el orgullo es una persona que tiene un pensamiento demasiado alto de sí mismo. ¿Nos debe extrañar, entonces, que una persona que tiene una idea demasiada alta de sí misma no sea consciente de ello? Él piensa que la opinión que tiene de sí mismo tiene justa causa y por lo tanto no es demasiado alta. Si el fundamento de esta opinión de sí mismo se derrumbara, él cesaría de tener tal opinión. Pero por la naturaleza del orgullo espiritual, es el más secreto de todos los pecados. No hay otro asunto en el cual el corazón es más engañoso e inescrutable y no hay otro pecado en el mundo del cual los hombres tengan tanta confianza. Su naturaleza misma es estimular la confianza en sí mismo, y alejar cualquier sospecha de maldad respecto a sí mismo. Debido a su naturaleza secreta y sutil, no hay ningún pecado tan parecido al diablo como este, apareciendo en muchas formas que no son discernidas o sospechadas. El orgullo tiene muchos aspectos y formas, uno bajo otro, y abarca el corazón como las capas de una cebolla; cuando quitas una capa, hay otra debajo. Por lo tanto, tenemos que tener la mayor vigilancia imaginable sobre nuestros corazones con respecto a este asunto y clamar con todo fervor al gran Escudriñador de corazones por su ayuda. El que confía en su propio corazón es necio.
Dado que el orgullo espiritual en su propia naturaleza es secreto, no puede ser bien discernido por la intuición inmediata de ello. Es mejor identificado por sus frutos y efectos, algunos de los cuales voy a mencionar, junto con los frutos contrarios de la humildad cristiana. El orgullo espiritual hace que uno hable de los pecados de otros, de su enemistad contra Dios y su pueblo, o con risa y ligereza y un aire de desdén, mientras que la humildad pura y cristiana se dispone a no mencionarlos, o hablar de ellos con tristeza y compasión.
La persona espiritualmente orgullosa lo demuestra al encontrar fallas en los otros santos, que tienen poca gracia y cuán fríos y muertos están, y son prontos para discernir y fijarse en sus deficiencias. El cristiano que es sumamente humilde tiene tanto que hacer en casa y ve tanta maldad en su propio corazón que no es apto de estar muy ocupado con otros corazones. Se queja más de sí mismo y se queja de más de su propia frialdad y poca gracia. Él es apto de estimar a otros como superiores a él mismo y fácilmente espera que la mayoría de las personas tengan más amor y gratitud a Dios que él mismo, y no puede soportar el pensamiento de que otros produzcan menos frutos para el honor de Dios que él.
Algunos que tienen orgullo espiritual mezclado con mucho conocimiento y gozo, hablando de ello con los demás con mucho fervor, son propensos a estar llamando a los otros cristianos a emularles, y a reprenderles por ser tan fríos y sin vida. Hay otros que están abrumados por su propia vileza, y cuando tienen extraordinarios descubrimientos de la gloria de Dios, son absorbidos por su propia pecaminosidad. Aunque ellos están dispuestos a hablar mucho y muy fervorosamente, es principalmente para culparse a sí mismos y exhortar a los cristianos, pero de una manera amorosa y humilde. La humildad cristiana pura hace que una persona se fije en todo lo que es bueno en otros—esperar lo mejor y disminuir los fracasos de los demás, aunque fija su ojo principalmente en las cosas malas de sí mismo y se enfoca mucho en todo lo que exaspera a otros.
El hábito de las personas espiritualmente orgullosas es hablar de casi todo lo que ven en otros usando lenguaje muy duro y severo. Es común con ellos decir acerca de otro, que su opinión, conducta, consejo, frialdad, silencio, cautela, gentileza, prudencia, etc. es del diablo o del infierno. Usaran tal tipo de lenguaje frecuentemente, hablando no solo de hombres malvados, sino de los que son verdaderos hijos de Dios, y también de los ministros del Evangelio y otros que por mucho son sus superiores. Los cristianos, no siendo más que gusanos, deben al menos tratarse el uno al otro con la humildad y dulzura con que Cristo les trata.
El orgullo espiritual a menudo dispone a las personas a actuar de una manera distinta en apariencia externa: asumen una manera diferente de hablar, hablan con palabras distintas, o usan otro tono de voz, expresiones o comportamiento. Pero el que es un cristiano sumamente humilde, aunque será firme en su deber, sin importar cuán diferente tenga que ser—yendo por el camino al cielo solo, aunque todo el mundo lo abandone—sin embargo, no se deleita en ser diferente por ser diferente. No intenta levantarse para ser visto y observado y distinguido, deseando ser contado como mejor que los demás—despreciando su compañía o su conformidad a ellos—sino al contrario, desea hacerse todo a todos, ceder a ellos y conformarse a ellos en todo menos el pecado.
El orgullo espiritual presta gran atención a la oposición y a las ofensas recibidas, y es propenso a hablar a menudo sobre ellas y fijarse mucho en el agravio causado por ellas, con un aire de amargura o desdén. Por el otro lado, la humildad cristiana pura e integra causa que una persona sea más como su Señor bendito cuando le maldijeron: callado, no abriendo su boca, sino encomendándose en silencio a Aquel que juzga con justicia. Para el cristiano humilde, cuanto más esté el mundo en su contra, más callado y tranquilo será…al menos de que esté en su lugar secreto, ahí él no estará tranquilo.
Otro efecto del orgullo espiritual es un cierto denuedo confiado ante Dios y los hombres. Algunos, en sus regocijos ante Dios, no han considerado lo suficiente la regla en el Salmo 2:11: “Adorad al Señor con reverencia, y alegraos con temblor.” No se han regocijado con un temblor reverencial, a la luz de la impresionante majestad de Dios y la gran distancia entre Él y ellos. También existe un inapropiado denuedo ante los hombres que ha sido promovido y defendido por una mala aplicación de Proverbios 29:25: “El temor al hombre es un lazo…” Es como si fuera apropiado que toda clase de persona—los altos y bajos, los hombres y mujeres e hijos—abandone totalmente, en toda su conducta cristiana, cualquier tipo de modestia o reverencia hacia los hombres. Esto no quiere decir que debemos abstenernos de conducirnos como cristianos, pero debemos tener la humildad que se encuentra en 1 Pedro 3:15: “sino santificad a Cristo como Señor en vuestros corazones, estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros, pero hacedlo con mansedumbre y reverencia”.
Otro efecto del orgullo espiritual es disponer al que lo tiene a que desee la atención. Las personas tienden a actuar de una manera especial como si los demás deberían darles mucha atención y gran estima. Es muy natural para alguien bajo la influencia del orgullo espiritual aceptar todo el respeto que se le ofrece. Si otros demuestran una disposición de someterse a él y ceder en deferencia a él, él está abierto a ello y libremente lo recibe. Se vuelve natural para él esperar tal tratamiento y notar cuando una persona no lo hace, y formar una mala opinión de aquellos que no le dan lo que siente que merece. Uno que está bajo la influencia del orgullo espiritual es más apto para instruir a otros que inquirir por sí mismo, y por lo tanto naturalmente tiene el aire de control. El cristiano sumamente humilde cree que necesita la ayuda de todos, mientras que aquel que es espiritualmente orgulloso cree que todos necesitan su ayuda. La humildad cristiana, consciente de la miseria de otros, ruega y suplica, pero el orgulloso espiritual trata de mandar y advertir con autoridad.
Así como el orgullo espiritual hace que las personas se atribuyan demasiado a sí mismos, también ignora a los demás. Por el contrario, la humildad cristiana pura dispone a las personas a honrar a todos los hombres, como dice 1 Pedro 2:17. Entrar en disputas sobre el cristianismo es algunas veces inapropiado, como en una reunión de conferencia cristiana o de adoración. Sin embargo, debemos cuidarnos de no rehusar conversar con hombres carnales, como si les contáramos indignos de nuestra atención. Al contrario, debemos condescender con los hombres carnales así como Cristo ha condescendido con nosotros, soportando nuestra incapacidad de aprender y torpeza.
Autor : Jonathan Edwards (1703-1758)
Traducción: Aarón Block
Fuente: http://www.cristianismobiblico.com/el-orgullo-espiritual-no-discernido–jonathan-edwards.html
Amen hermano, justamente, quien quiera que seas Amen amen
Bendiciones gracias por sus comentarios