La predicación expositiva

La predicación expositiva

Por:  Haddon W. Robinson

Este libro trata acerca de la predicación expositiva, aunque quizás fue escrito para un ambiente en depresión. No todos creen que esta clase de predicación —o para el caso cualquier tipo de predicación—, sea una necesidad apremiante en la Iglesia. Es más, en algunos círculos se afirma que debiera abandonarse. El dedo acusador la dejó atrás y ahora apunta a otros métodos y ministerios más «eficaces» y acordes con la época.

La devaluación de la predicación

Explicar por qué la predicación recibe esta baja calificación nos llevaría a cada una de las áreas de nuestra vida común. La imagen del predicador ha cambiado, ya no se lo considera líder intelectual, y ni siquiera espiritual, de la comunidad. Pídale al hombre que se sienta en el banco de la iglesia que describa al ministro, y la respuesta quizás no sea halagadora.

Según Kyle Haselden, el pastor es algo así como la «combinación perfecta» del «obrero simpático, siempre atento, dispuesto a ayudar a la congregación; el consentido de las mujeres ancianas y confidente reservado de los adolescentes; el padre modelo para la gente joven; la compañía ideal para los hombres solitarios; el afable “amigo de todos” en las reuniones sociales». Si eso se ajusta a la realidad, entonces el predicador probablemente sea aceptado, pero con toda seguridad no será respetado.

La predicación hoy, para complemento, se expone en una sociedad supercomunicada. Los medios masivos nos bombardean con cientos de «mensajes» por día. La radio y la televisión presentan locutores que nos entregan una «palabra del patrocinador» con toda la sinceridad de un evangelista. En ese contexto, el predicador puede lucir como otro vendedor ambulante que, en términos de John Ruskin, «hace magia con las doctrinas de la vida y la muerte».

Tal vez lo más importante sea que el hombre del púlpito siente que no tiene un mensaje autoritativo. Mucha de la moderna teología le ofrece poco más que ideas religiosas, por lo que sospecha que las personas sentadas en los bancos tienen más fe en los libros de ciencia que en los de predicación. En consecuencia, para algunos predicadores, lo novedoso de las comunicaciones estimula más que el mensaje mismo.

Presentaciones espectaculares, grabaciones cinematográficas, sesiones interactivas, luces llamativas y música de última moda pueden ser síntomas tanto de salud como de enfermedad. Indudablemente, las técnicas modernas pueden ampliar la comunicación; pero por otra parte pueden llegar a sustituirlo —lo deslumbrante y novedoso puede ocultar cierto vacío.

La acción social apela más a cierto sector de la iglesia que lo que se diga o lo que se escuche. Se preguntan: «¿De qué sirven las palabras de fe cuando la sociedad demanda obras?» Esa clase de personas considera que los apóstoles se equivocaron cuando dijeron: «No es justo que nosotros dejemos la Palabra de Dios para servir a las mesas» (Hechos 6:2).

En esta época de activismo parece más lógico afirmar que: «No es justo que dejemos de servir a las mesas para dedicarnos a la Palabra de Dios…»

El marco de la predicación

A pesar del «desprestigio» de la predicación y los predicadores, nadie que tome en serio la Biblia se atreve a desechar la predicación. Pablo fue escritor. De su pluma tenemos la mayoría de las cartas inspiradas del Nuevo Testamento y, encabezando la lista de ellas, está la dirigida a los romanos. A juzgar por su impacto en la historia, pocos documentos se le comparan. Sin embargo, cuando el apóstol se la escribió a la congregación de Roma, confesó: «Deseo verlos y prestarles alguna ayuda espiritual, para que estén más firmes; es decir, para que nos animemos unos a otros con esta fe que ustedes y yo tenemos» (1:11, 12, VP).

Pablo comprendía que algunos ministerios sencillamente no pueden operar sin un contacto personal, cara a cara. Incluso la lectura de una carta inspirada no lo puede reemplazar. «Por eso estoy tan ansioso de anunciarles el evangelio también a ustedes que viven en Roma» (1:15, VP). Hay un poder que emana de la palabra predicada que aun la infalible palabra escrita no puede reemplazar.

Los escritores del Nuevo Testamento veían la predicación como el medio por el cual Dios obra. Por ejemplo, Pedro les recordó a sus lectores que habían renacido «no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre» (1 Pedro 1:23). ¿Cómo afectó sus vidas esa palabra? «Y esta es la palabra», explica Pedro, «que por el evangelio os ha sido anunciada» (1:25). Dios los redimió a través de la predicación.

Más aún, Pablo se refiere a la historia espiritual de los tesalonicenses que se habían convertido «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo» (1 Tesalonicenses 1:9, 10). Ese giro ocurrió, según el apóstol, porque «cuando recibisteis la Palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la Palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes» (2:13).

Pablo consideraba que con la predicación Dios mismo hablaba —aunque a través de la personalidad y el mensaje del predicador— para así confrontar a hombres y mujeres, y volverlos a Él, pero nunca como el simple hecho de que el hombre expusiera su punto de vista sobre religión. Todo eso explica por qué Pablo instó al joven Timoteo a que «prediques la palabra» (2 Timoteo 4:2).

Predicar significa «manifestar, proclamar, o amonestar». La predicación debería agitar de tal manera al predicador que lo haga proclamar el mensaje con pasión y fervor. Sin embargo, no toda prédica apasionada desde un púlpito posee autoridad divina. Cuando el ministro habla como mensajero, proclama «la palabra» del que lo envió. Nada menos que eso puede pasar, legítimamente, cuando se expone la predicación cristiana.

Necesidad de la predicación expositiva

El hombre que está en el púlpito enfrenta la apremiante tentación de entregar un mensaje diferente al de las Escrituras, un sistema político (de derecha o de izquierda), una teoría económica, una nueva filosofía religiosa, antiguos títulos religiosos, una tendencia sicológica. Puede proclamar cualquier cosa con un tono de voz solemne, después de cantar los himnos. Pero si no predica las Escrituras, pierde su autoridad. Ya no confronta a sus oyentes con la Palabra de Dios, sino con la del hombre. Por eso es que mucha de la predicación moderna no produce otra cosa que un gran bostezo. Dios no está en ella.

Dios habla a través de la Biblia. Esta es su principal medio de comunicación para llegar a los individuos hoy. Por eso, la predicación bíblica no debe confundirse con «la antigua historia de Cristo y de su amor», como si se relataran tiempos mejores en los que Dios estaba vivo y activo.

Tampoco es la predicación una refundición de ideas ortodoxas acerca de Dios, pero ajenas a lo real. A través de la predicación de las Escrituras, Dios encuentra hombres y mujeres y los conduce a la salvación (2 Timoteo 3:15), a la riqueza y a la madurez del carácter cristiano (2 Timoteo 3:16, 17). Cuando Dios confronta a un individuo con la predicación, y lo prende del alma, ocurre algo tremendo.

El tipo de sermón que mejor transmite el poder de la autoridad divina es la predicación expositiva. Sin embargo, sería ingenuo suponer que todo el mundo concuerde con eso. No se puede pretender que la gente que se aburre con predicaciones llamadas expositivas —aun cuando secas como hojuelas de maíz [Corn flakes] sin leche—, estén de acuerdo con ella. Aun cuando muchos predicadores se quitan el sombrero ante la predicación expositiva, su práctica los traiciona. Como la emplean poco, la desacreditan.

Es cierto que la predicación expositiva sufre severamente en los púlpitos ocupados por hombres que afirman ser sus aliados. Pero no toda predicación expositiva se puede calificar ni de «expositiva» ni de «predicación».

Lamentablemente, ningún departamento de pesas y medidas (de país alguno), exhibe en una vitrina un modelo de sermón expositivo con el cual comparar otros mensajes. Cualquier fabricante puede ponerle el título de «expositivo» al sermón que le plazca, y ni Ralph Nader [máxima autoridad en control de calidad en los Estados Unidos], lo cuestionará. A pesar del daño ocasionado por los impostores, la verdadera predicación expositiva es respaldada por el poder del Dios vivo.

Entonces, ¿en qué consiste realmente la predicación expositiva? ¿Qué constituye tal predicación? ¿En qué se asemeja o difiere de otros tipos de predicación?

Definición de predicación expositiva

Definir es una tarea delicada, ya que muchas veces destruimos lo que definimos. El niño que hace la disección de una rana para averiguar qué la hace saltar, destruye la vida del animalito para aprender algo de él. Predicar es un proceso vivo que involucra a Dios, al predicador y a la congregación, y ninguna definición puede pretender maniatar esa dinámica. Pero igualmente debemos intentar una definición que resulte.

La predicación expositiva es la comunicación de un concepto bíblico, derivado de, y transmitido por medio de, un estudio histórico, gramatical y literario de cierto pasaje en su contexto, que el Espíritu Santo aplica, primero, a la personalidad y la experiencia del predicador, y luego, a través de este, a sus oyentes.

Robinson, Haddon W. La Predicación Bíblica: Desarrollo Y Presentación De Mensajes Expositivos. Edited by Luis Nahum Sáez. Miami, FL: Editorial Unilit, 2000.

 


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