Dios detesta el legalismo tanto como el alcoholismo.
Publicado: 5 septiembre, 2011 Archivado en: John Piper Deja un comentarioDios detesta el legalismo tanto como el alcoholismo.
Por: John Piper
Es posible que el tema de la abstinencia completa del acohol, con respecto a los miembros de la iglesia, pase inadvertido, pero los principios bíblicos relacionados con este asunto, son pertinentes a otras cuestiones de la santidad personal y la pureza de la iglesia. Cuando vine a la iglesia bautista, Bethlehem, hace casi 3 decadas, esta fue una de las primeras polémicas con las que tuve que lidiar. Sobrevivimos a ella y fue para mejor, creo que lo que aprendí puede resultar de utilidad. Entre los bautistas y demás iglesias con sistema congragacional de gobierno, en la construcción de la iglesia local, por lo general, aparece reflejado un testimonio de fe y un pacto de la iglesia. El pacto de la iglesia describe una serie fundamental de expectativas bíblicas relacionada con el estilo de vida de los miembros; mientras que el testimonio de la fe describe un núcleo de expectativas bíblicas relacionadas con las creencias de los miembros. Consiguientemente, por regla general, las expectativas del pacto de la iglesia, junto con el testimonio de la fe, actúan como requisitos previos para ser miembro de la iglesia.
Muchas iglesias con sistema congregacional de gobierno presentan una sentencia en su pacto que plantea algo similar a lo siguiente: “nos abstenemos del uso y venta de bebidas alcoholicas”. Por lo tanto, en principio, estas iglesias excluyen de ser miembros a todas las personas, excepto a los abstemios. Es posible que los líderes de la iglesia tengan que decirle lo siguiente a un candidato a miembro: “aunque usted confía en Jesucristo como su Salvador, desea vivir bajo su señorío, ha sido bautizado según su ordenanza y ha asentido de corazón a nuestro testimonio de fe, no puede ser miembro de esta iglesia porque hace uso del vino en algunas ocasiones festivas o cuando visita a sus parientes”.
Estoy convencido de que una regulación así para ser miembro de la iglesia cae en la categoría de exclusivismo legalista y es enjuiciado según la palabra apostólica de las Escrituras. De ello estoy convencido, aunque yo sea un completo abstemio y crea que la abstinencia total es un estilo de vida sabio y defendible bíblicamente para nuestro tiempo.
En los planteamientos que siguen, intentaré mostrar lo que significa legalismo y porqué el requisito de la abstinencia total para ser miembro de la iglesia cae en dicha categoría y por tanto erróneo. Por último haré una propuesta práctica sobre cómo mejorar los pactos de la iglesia y hacerlos más fundamentales y menos específicos.
Ya el nuevo testamento no utiliza el término “legalismo” intentaré definirlo de una manera generalmente aceptada para que quede claro que en el nuevo testamento se le da tratamiento a la cuestión. El “legalismo” tiene al menos dos significados, pero ambos expresan una sola raíz del problema.
Primero, legalismo significa tratar las normas de conductas bíblicas como regulaciones que tenemos que obedecer por nosotros mismos con el objetivo de ganar el favor de Dios. En otras palabras, el legalismo se presenta cada vez que una persona intenta ser ética por sí misma; es decir, sin confiar en la misericordia ayuda de Dios en Cristo. Dicho de manera sencilla, la conducta moral que no parte de la fe es legalismo(Ro.14:23).
El legalista es por lo general una persona moral. La verdad es que la mayoría de las personas morales en el mundo occidental son legalistas debido a su llamada moralidad judeocristiana, heredada de sus ancestros, que no proviene de la confianza humilde y contrita en la misericordiosa habilitación de Dios, comprada con sangre, traída por el Espíritu. Por el contrario, para el legalista, la moralidad sirve al mismo propósito que la inmoralidad al antinómico o al progresista, a saber, como expresión de independencia y reafirmación. La razón por la que los fariseos daba el diezmo y ayunaban era la misma razón por la que algunos estudiantes universitarios sse quitan la ropa y se acuestan en los parque en Munich y Ámsterdam.
El legalista moral es el hermano mayor del pródigo inmoral (Lc. 15:11-32). Son hermanos de sangre a la vista de Dios porque ambos rechazan la misericordia de Dios en Cristo como medio para alcanzar la justicia y utilizan tanto la moralidad como la inmoralidad como medio de expresar su independencia, autosuficiencia y autodeterminación. Además, queda claro a partir del nuevo testamento que ambos traen como resultado la trágica pérdida de la vida eterna, sino hay arrepentimiento.
De modo que el primer significado de legalismo es el horrible error de tratar a las normas de conducta bíblicas como regulaciones que tenemos que obedecer por nosotros mismos para demostrar nuestras proezas morales y ganarnos el favor de Dios. Constituye un peligro del que todos debemos guardarnos cada día.
El significado de legalismo es el siguiente: La instauración de requisitos de conducta más allá de la enseñanza de las escrituras y la adhesión a ellos (los medios por los cuales una persona califica para ser miembro de una iglesia local). Es entonces que surge el exclusivismo no bíblico.
No hay manera de sortear el hecho de que la iglesia universal no incluye a todas las personas y que las iglesias locales no incluyen a todos los cristianos. Excluimos la posibilidad de que las personas sean miembros porque creemos que esta debe suponer un compromiso para con el señorío de Cristo la cabeza de la iglesia (de ahí la exclusión de los no cristianos) y porque las iglesias locales entienden dicho señorío de manera particular e importante ( de ahí la exclusión de algunos cristianos con los que no estamos de acuerdo). Sin embargo, la exclusión de la posibilidad de que las personas sean miembros de la iglesia local no debe tomarse nunca a la ligera. Es un asunto muy importante.
Las escuelas, los clubes y las sociedades pueden instaurar cualquier norma humana que deseen con el objetivo de evitar la entrada de ciertas personas y preservar, mediante reglas, un ambiente particular. Sin embargo, la iglesia no es una institución humana; pertenece a Cristo. Él es la cabeza del cuerpo y sólo Él debe establecer los requisitos de entrada.
Estos dos usos de término legalismo tienen una raíz común. Por una parte, el legalismo significa tratar las normas de conducta bíblicas como regulaciones que debemos obedecer por nosotros mismos con el objetivo de ganarnos el favor de Dios. Por otra parte, significa implementar requisitos de conducta específicos más allá de la enseñanza de las escrituras y la adhesión a ellos (los medios por los cuales una persona califica para ser miembro de una iglesia local).
En primer caso, utilizamos nuestra propia fuerza para hacernos morales. En el segundo caso, utilizamos nuestra propia fuerza para hacer a la iglesia moral. En el primer caso, no confiamos en el poder de Dios para lograr nuestra propia santificación. En el segundo caso, no confiamos en el poder de Dios para lograr la santificación de los demás.
Por consiguiente, lo que une a las dos formas de legalismo anteriores en la raíz es la falta de fe, la falta de fe con respecto a nosotros mismos, de que es Dios quien está en nosotros “porque Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer, por su voluntad” (fil. 2:13) y la falta de fe en relación con los demás, que Dios les hará saber su voluntad y los inclinará a cumplirla. Como dice Pablo en Filipenses 3:15. “ así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también nos lo revelará Dios” con seguridad Pablo confía a Dios la purificación de la iglesia.
Cada vez que se debilita la acertada confianza en el poder sobrenatural de Dios, para nuestras vidas y las de los demás, el legalismo va calando. Inevitablemente intentamos compensar las pérdidas de fe dinámica aumentando la determinación moral y añadiendo regulaciones hechas por el hombre. Sin embargo, cada vez que la confianza gozosa en el poder de Dios decae, la carne se acrecienta. Esto significa que la moralidad que esperábamos que nos salvara y las regulaciones que esperábamos que purificaran nuestra iglesia caen víctima del gran poder de la carne y se convierten en instrumentos de independencia y autosuficiencia.
Parece estar más allá de toda duda que Dios detesta el legalismo tanto como el alcoholismo. Y creo que decir que el legalismo ha llevado ruina eterna a más personas que el alcoholismo, es un eufemismo, a pesar de que los estragos que produce el alcohol son enormes.
No nos dejemos engañar por las apariencias. Satanás “se disfraza como ángel de luz” (2 Co. 11:14). Él mantiene impolutas las enfermedades más letales. Viste a sus capitanes con prendas religiosas y alberga sus armas en templos. El legalismo es un padecimiento más peligroso que el alcoholismo porque no parece ser una enfermedad. El alcoholismo hace que los hombres fracasen; el legalismo los hace triunfar en el mundo. El alcoholismo hace que los hombres dependan de una botella; el legalismo los hace autosuficientes, dependientes de nadie. El alcoholismo destruye la determinación moral; el legalismo les da fuerza. Los alcohólicos no se sienten bienvenidos en la iglesia; los legalistas disfrutan escuchar como ensalzan su moralidad en la iglesia.
Por consiguiente, lo que necesitamos en la iglesia no es regulaciones de todo tipo para intentar mantenernos puros. Tenemos que predicar, orar y creer que ni la circuncisión ni la no incircuncisión, ni la prohibición de las bebidas alcohólicas o beber en una reunión, ni el legalismo ni el alcoholismo son de utilidad alguna para con Dios. Sólo lo es un corazón nuevo.
Cada día el enemigo envía contra nosotros el tanque Sherman de la carne, con cañones de independencia y autosuficiencia. Si intentamos defendernos o defender a nuestra iglesia con reglas de cerbatana, terminaremos derrotados incluso en nuestra aparente victoria. La única defensa es estar “arraigados y sobreedificados en Cristo y confirmados en la fe” (col. 2:7) “fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad” (col.1:11) “asiéndose de la cabeza, en virtud de que todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose… crece con el crecimiento que da Dios” (col.2:19).
¡De Dios! ¡De Dios y no de nosotros!
El semillero de todos estos pensamientos ha sido Colosenses 2:16-23. Este fue el pasaje clave que me dio guía al inicio de mi ministerio para salir airoso de esta polémica. Me parece que estos versículos colocan a la abstinencia total como un requisito para ser miembro de la iglesia en la categoría de legalismo y por lo tanto, nos enseñan que es errónea. Las enseñanzas de Pablo pueden resumirse en cinco puntos:
- “Nadie os juzgue en comida o en bebida” Col. 2:16
El consumo de alimentos y bebidas no constituye en sí mismo un fundamento por el cual juzgar su posición en la relación con Dios o su posición en la familia de Dios. Para estar seguro, Pablo tuvo que lidiar con el abuso de la comida y de la bebida, el problema de comer carne que se había ofrecido a los ídolos y el problema de la borrachera (1 Co. 8; 11:21; Ro. 14). Sin embargo, su enfoque en relación con estos abusos nunca fue prohibir la comida ni la bebida; siempre fue prohibir lo que destruía el templo de Dios y dañaba la fe (¡que en ocasiones podía incluír la comida y la bebida!) él enseñó el principio del amo, pero no determinó su aplicación con regulaciones en materia de comida y bebida. El pacto de la iglesia que tenga la abstinencia total como requisito, se extralimita en lo que refiere a la restricción del principio del amor.
- “Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles”
La fañsa enseñanza en Colosas, contó de dos partes: por una parte, llamó a la adoración de los ángeles y por otra, a regulaciones estríctas y acéticas. Ambas se erigieron como requisitos para quienes querían calificar para la plenitud de la vida (2:10) o la completa participación en la comunidad espiritual. Pablo denunció ambos requisitos.la teología de los creyentes colosenses era errónea. Sus regulaciones acéticas con respecto a la comida y la bebida, no tenían utilidad porque la plenitud de la deidad habita en Cristo y dichas normas eran sólo sombras de la realidad que conducen al engreimiento.
- La fuente de vida, pureza y crecimiento no nos llega mediante visiones religiosas ni regulaciones con respecto a la comida y la bebida, sino “haciéndose de la cabeza (Cristo), en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios” Col. 2:19
La única esperanza para lograr crecimiento espiritual y salud en el cuerpo de Cristo es la fidelidad a Cristo la cabeza, no a regulaciones excluyentes.
- “Pues si habéis nuerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿porqué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: no manejes, ni gustes, ni aún toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombre), cosas que todas se destruyen en el uso? “ Col. 2:20-22.
Una iglesia que instaura regulaciones con respecto a la comida y la bebida como medios para juzgar o excluir, no conoce aún lo que significa morir con Cristo y ser liberado de los poderes del mundo. Esto fue lo que quise decir anteriormente cuando dije que cada vez que la confianza gozosa y genuina en Cristo disminuye, se instauran regulaciones para preservar lo que el poder de Cristo creó una vez. Si instaura suficientes regulaciones y crea una dotación lo bastante grande, una institución puede durar décadas después de que la dinámica espiritual que le dio origen haya desaparecido.
- “Tales cosas (regulaciones) tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” Col. 2:23.
La abstinencia total, como requisito de entrada, puede asegurar que los miembros de la iglesia tengan una postura común con respecto al alcohol, pero no sirve de nada a la hora de hacernos personas puras que no vivan según la carne. Por el contrario, al imponer una restricción que el nuevo testamento jamás impone, este requisito de entrada, en principio, nos involucra en un legalismo que tiene raíces en la falta de fe. Es señal de descoloridos poder y gozo, y el corazón justo creado otrora por el poder de Cristo ya no puede preservarse por medio de leyes.
Concluyo por consiguiente, que el apóstol Pablo no aprobaría los pactos de las iglesias contemporáneas que hacen de la abstinencia total un requisito para ser miembro de la iglesia local. Como alternativa práctica a la cláusula de la abstinencia total, sugiero sustituirla por una sentencia como la siguiente: “nos abstenemos de toda droga, alimento, bebida y prácticas que provoquen daños injustificados al cuerpo o pongan en riesgo nuestra fe o la de otras personas”. Este pacto es más fundamental, pero brinda flexibilidad bíblica para la libertad de conciencia en Cristo.
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